Veo tu foto y no te reconozco, no
te pareces, en verdad no. Quedaste del otro lado. De ese que no conocen los demás. Como una foto que se pierde en algún punto de esta enorme ciudad. Es encontrada y obviamente es desconocida. Así te veo ahora yo.
Pareciera que conviví y bese esos
labios, tibios y tenues; apenas pronunciados, que no puedo entender como de ahí
emanan esas palabras tan desorientadas; una persona tan confundida y con tantos
problemas, ò está loca ò es canonizada porque se lo merece, te lo mereces,
según tú “lo mereces”.
Crees que las cosas son tan
fáciles y la gente a tu alrededor vive en una situación muy ajena a ti, y que
no siente. “Que gente tan afortunada vive al 100, con sus lindas familias
capitalinas, donde nada les aqueja, solo piensan en salir. Salir a divertirse,
tomar, fumar drogarse.” Replicas y refunfuñas. Te la pasas repasando en tu mente
que tu vida desde el día de tu concepción ha sido una triste historia, la fecha
de tu nacimiento no existe. Fue un error, como un 29 de Febrero. Simplemente
hay historias más desafortunadas que otras, pero todas en algún momento son
tristes.
Historias tristes, todos tenemos;
unas contadas desde un modesta pero decente casita de interés social, otras
desde calles llenas de miseria y hambre, y otras simplemente terminan en una
llamada.
Todas las palabras dichas sin
sutileza lastiman, el frió que provocan los medios modernos de comunicación
(esos inventos del hombre blanco) calan
hieren y arrancan órganos del cuerpo que uno creía que su mera función es la
biológica. Pero, hay otras palabras, esas que no salen, esas que no se dicen y
que solo se piensan, se piensan y quedan así nomas al aire. ¿El que calla
otorga?
Nunca me lo dijiste abiertamente,
tu maldita inestabilidad es un genocidio para mi telaraña existencial. Debí
interpretar de otra manera tu silencio, sin embargo, lo disolví; en eso que
emanaba de tus labios, tus besos, tus caricias, tus manos tibias y relajantes
como una caricia del sol por las mañanas.
Algunas noches costo trabajo no
recibir esas llamadas, constantes y bien intencionadas. Extrañaba tus buenos
deseos, tus miles de anécdotas del día, y sobre todo el timbre de tu voz. Pocos
fueron los días que decidí ceder a eso que me proponías, cuando menos lo espere
lo deje fluir, lo dije: “Te extraño, te quiero…”. Inclusive te envié por única
ocasión y en el mismo y escuálido día, basura romántica-cursilona-barata que
mejor debí ahogar en el fondo de este blog. Te limitaste a un “muy lindo”. Sin
indagar en las raíces de esa basura cursilona.
Hoy crees que todo es fácil. Que
se puede olvidar tan fácil y que puedes recurrir al medio que mejor te calce,
porque tú tienes muchos problemas. Que incluso debo perdonar, porque si uno
comete un crimen estando loco, pues no debe ser castigado “estaba loco”. Y te
leo, analizo, te expongo mis causas. Las lees. Te molestas. Te desafanas y
quieres que todo quede ahí por la paz. Te explico de nuevo. Ahora replicas: “Me
siento terrible.” Y yo irónicamente te respondo: “Cada quien sufre por lo que
carga y le pesa”. Detienes la conversación. Te disculpas. Argumentas más
problemas y que además estás cansado.
Te puedo entender, hasta cierto
punto nomas. Hay una pequeña línea entre tomar decisiones dudando. De un lado
está la parte positiva. Del otro la negativa. Yo estaba en la negativa. Te
felicito has tomado una buena decisión.
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